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lunes, 7 de enero de 2008

Tristeza oxigenada.

Tristeza indetenible, inquebrantable, inacabable, irrepetible, impostergable, inaguantable;
tristeza etérea, invisible, aviesa, pálida
como la luz de la mañana entre ramales
de árboles de frondosa penumbra.
Como la tiniebla inequívoca
de la noche profunda, cuando más profunda es la noche
y las estrellas han huido despavoridas
a sus guaridas siderales.

Tristeza arácnida de telaraña vacía
sin una vulgar mosca entre sus redes,
tristeza aclimatada a los inviernos tropicales;
de nevados riscos y heladas sombras
en mis venas doloridas
por recuerdos brumosos:
Tañe tus cuerdas de guitarra ausente,
afina tu arpa melodiosa,
toca de nuevo el órgano basílico y templario
del fondo de los sesos.

Que tu concierto sea un soplo
de brisa de venados y tapires
y báquiros en manadas solidarias,
un sonar de cascabeles sin venenos,
un aplauso marítimo a horizontes lejanos e indefinidos,
un aroma de nardos y claveles
en las tierras escondidas del sauce y del ciprés,
un murmullo de chicharras
y un silencio de mendigos.

Que tu concierto sea
latigazo al egoísmo despiadado,
mordida voraz de caimán enfurecido,
zarpazo eficaz de bengala enardecida
tragándose al tigre que le diera un nombre.

Tristeza inconsecuente, impaciente, intransigente, inconsciente y transmutada
en piedra filosofal nunca descubierta,
en santo grial inútilmente humedecido
por sagrada salivación,
en poder de holocausto asteroideo,
sucumbe ante la metamorfosis sublime
que transforma el lúrido arrastre
en majestuoso vuelo...

Da paso a la alegría
tristeza oxigenada.

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