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lunes, 7 de enero de 2008

Cuando fuimos niños.

Cuando fuimos niños
éramos pequeñas estatuillas de Murano adornando los pupitres,
porque al que respiraba mucho o muy fuerte,
las maestras Violeta del mundo le propinaban su sendo reglazo
en la palma de la mano;
o peor, lo arrodillaban en un rincón, en la esquina del muro
sobre semillas de maíz, garbanzos o caraotas.

De nuestras rodillas agrarias
germinaban flores, que se nos enredaban ascendiendo hasta el cielo.

Cuando fuimos niños
reinaba Doña Correa
(en todos los hogares)
siempre acompañada de su fiel y amenazador sirviente:
el señor Hebilla.
Y en una que otra casa
volaban por los aires
-con los motores apagados-
zapatos, tijeras, martillos,
chancletas, peroles, ¡y hasta cuchillos!
¿Dónde estaría la ley de gravedad?
Ausente.

Cuando fuimos niños
a ratos -sólo a ratos-
todo papá era un general tirano,
toda mamá era una déspota bruja,
las maestras eran harpías sedientas de sangre
y las aulas de las escuelas eran calabozos,
vigilados por dragones escupe fuego gigantescos.

Hoy en día es totalmente diferente;
todo ha cambiado, gracias a Dios;
hoy los niños tienen su día del niño,
(que nosotros jamás tuvimos)
y también tienen derechos.

Hoy los infantes no son estatuas de cristal,
tienen permiso para jugar,
reír, gritar, saltar, gozar, cantar,
y claro;
también tienen permiso
de respirar
tan duro como quieran.


Al menos
¡eso espero...!

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