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lunes, 7 de enero de 2008

Nostalgia Appenninica.

El perfume de los olivares de Visciano
está firmemente atado a mis narices;
las callejuelas y callejones de San Paolo Belsito
se revelan en mis sueños nocturnos;
desde la Nola aplanada y sincera
hasta el pequeño y despoblado Líveri;
desde el antiguo castillo de Lauro
hasta las alturas de Quindici y el valle de Forino,
he aspirado el olor a fresca campiña:
con sus ninfas castañas y brunas, de ojos claros,
con sus robustos e imponentes nogales
flanqueados siempre por avellanos diminutos
-como en un ejército de incautos Davides
amenazando con sus ondas a soberbios filisteos-.

Pompeya enterrada y Pompeya frondosa,
Ercolano sepultado y Ercolano pujante,
Marigliano, Pomigliano, Poggioreale carcelaria,
cuántas remembranzas deambulan
por mi fraudulenta memoria,
abriéndose paso entre mis sueños y pesadillas.

Tanto así me has marcado
tú, la Italia campesina.

La azada en mi mano,
el sudor sobre mi frente,
el secor ajando mi garganta,
mientras aún fondeo alrededor de los cerezos,
de los perales, de los manzanos, nogales y avellanos.
Sendas fosas para el abono;
como en un poético y lucubrador coito
ansimante y delicioso
entre mis manos y tus tierras,
desde la obscuridad de mi alcoba
y la profundidad de mis sueños.

Somma Vesuviana, son tus uvas
la fuente del vino que corre por mis venas.

Campania hermosa, generosa y castigada,
en mi corazón suena aún tu campanada.

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