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lunes, 7 de enero de 2008

Más reflexiones.

Mar, océano, piélago, mi salitroso amigo.
Orchila de blancas y cálidas arenas.
Mamo, meseta árida y siempre estiva,
de todas las mesetas, la más altiva.

Mergellina, lungomare enamorado a los pies del Vesubio,
gigante dormido, bello durmiente, silente, callado,
perpetuo amenazante que parece domado,
adorado tormento de una ciudad milenaria.

Mar, océano, piélago, mi salitroso amigo,
Oricao y Tarma, Tacoa y Arrecife.
Las Tunitas, que de tunas ya te quedan pocas,
y muy pocas gaviotas, fragatas y pelícanos.

Y en las playas de todo el orbe terrestre:
pedruscos y latas, piedrecillas y vidrios...
vidrios alisados, opacados por el cándido salitre,
se parecen tanto a mi corazón
alisado y opacado por desmanes, desplantes, desengaños.

El patito feo nunca se trocó en cisne real;
el sapo verde jamás se transformó en príncipe azul;
muy a pesar de todos los besos de todas las princesas rosadas
que besaron una y otra vez sus verdes mejillas de sapo.
El sapito se quedó verde y nunca dejó de croar.
Jamás se volvió azul...
Azul marino, ecuóreo, divino,
todo un océano encerrado en una botella de Parfait Amour.
Pero el amor perfecto es Dios
únicamente Dios.
Nadie más que Dios.

Dios: ¿qué pasó con mi media naranja?
alguien se la comió a mis espaldas
o acaso se extinguieron las naranjas.

Si no existe, no importa, dame entonces una media pera,
o una media parchita, o una media manzana
-ni se te ocurra darme una media banana-
o una media toronja, o una media uva...
... aunque sea dame una media tunita
con todo y sus espinas.

Me las calo las espinas,
me las calo
con tal de no envejecer solo...

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